En una granja se encontraba
una gallina muy presumida, ella siempre se miraba al espejo y se imaginaba
como en un cuento de hadas. Decía, espejito ¿Quién es la más linda de todas las
gallinas?, y ella se respondía, tú, Azucena.
Un día llegó una familia de gallinas a
vivir a la granja. Tenían una hija muy hermosa llamada Rosalinda. Era una
gallinita muy amable, saludaba a sus nuevos vecinos y ayudaba a sus padres en
la nueva casa. Azucena al verla, sintió rabia, pero pensó, yo soy mucho más
hermosa que ella.
Azucena cuando iba a la escuela, era
muy creída, odiosa, miraba a sus compañeros como si fueran menos que ella y
pensaba ¡Yo soy tan bella que todos me deben tener envidia! De
pronto, observó a esa gallina que había llegado a vivir en la granja
ahora en su escuela y se dijo, hay que horror ella aquí, noooo.
Caminó por el patio de recreo, como si
estuviera en un desfile de modas, quería que todo el mundo la admirara su
belleza. Pero no, todos miraban a Rosalinda pues era una gallinita muy linda y
amable con los demás, cosa que no tenía Azucena.
Azucena se sintió muy enojaba pues ella
quería ser el centro de atención y no lo estaba consiguiendo. Pasaron los días
y Rosalinda quería colaborar en
su comunidad y le dijo a su profesor
que quería ayudar en el colegio con los pollitos más pequeños. Y así fue, en
algunas horas los visitaba, les leía cuentos y hasta jugaba con ellos.
Un día Rosalinda se acercó a Azucena y
le preguntó que cómo estaba, Azucena como era tan presumida, le contestó, por
supuesto que bien, si soy la gallina más linda de la granja. Rosalinda le dijo,
la belleza no solo está en el exterior, también está en tu interior. ¿Tú qué
haces por los demás?, ¿Ellos cómo te ven?
De inmediato, Azucena se levantó de su
silla y le respondió con enojo: Ellos saben que soy la más linda de todas y me
tienen envidia, debo irme. Rosalinda sintió mucho pesar por la actitud que
tenía Azucena.
Azucena al llegar a su casa, se miró al
espejo y recordó lo que le dijo Rosalinda, la belleza no solo está en el
exterior sino también en el interior. Tenía muy pocos amigos, nadie
aguantaba lo presumida que era y en casa nunca ayudaba a sus padres, pues se
creía una reina de belleza y de pronto se le dañaba una uña.
Pasaron así los días y cada día Azucena
se sentía más solitaria y vacía, aunque al mirarse al espejo se veía tan
hermosa, sentía muy dentro del corazón que algo le faltaba, la tristeza se iba
apoderando más y más de ella.
Un día en el parque vio a Rosalinda,
ella llevaba una canasta con ponquecitos que les estaba dando a los pollitos
más pequeños de la escuela que jugaban en el rodadero y en los columpios.
Rosalinda al verla, la saludo y la
llamó: ¡Hola Azucena!, ¿Cómo estás? ¿Qué haces?
-Daba un paseo por el parque, le
respondió.
- Quieres ayudarme a repartir a los
pollitos estos ponquecitos que les he preparado hoy.
-Azucena le preguntó, ¿tú los hiciste,
sabes cocinar?
-Rosalinda le contestó, claro que sí,
me encanta hacer postres. Si quieres yo te enseño y mañana les traemos a los
pequeños.
Azucena, sintió una alegría inmensa muy
dentro de su corazón, nunca lo había sentido y estaba tan feliz con los
niños al ver en ellos una sonrisa y la gratitud que demostraban por la atención
que estas lindas gallinitas les estaban dando.
Así que cuando Azucena llegó a casa y
se miró al espejo, se dijo: no importa solo mi exterior, sino lo que está en mi
interior, hoy aprendí la importancia de dar amor a los demás, me siento
diferente y eso me gusta mucho.
Por lo que se dispuso a ayudar a su
mamá a preparar la cena. Mamá se encontraba muy asombrada y no entendía que le
había pasado a su hija, pues era la gallinita más presumida de la granja.
Al otro día, Azucena fue a casa de
Rosalinda y prepararon unos deliciosos muffins de chocolate y vainilla. Juntas,
fueron a llevarlos a la escuela, les repartieron a los pollitos más pequeños
con tanto cariño y de paso jugaron con ellos, les cantaron canciones y les
leyeron cuentos.
Azucena se sentía muy feliz y llena de
vida, mucho más que cuando se miraba al espejo.
Azucena quedó muy agradecida con
Rosalinda por haberle enseñado tantas lecciones que no le permitían ver más
allá de sus ojos. Poder disfrutar diferentes espacios y ayudar a los demás.
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